martes, 13 de septiembre de 2011

¡Emergencia! Euro rico, euro pobre, ¿la única salida posible a la crisis?

Con el permiso expreso,de Alberto Artero (S.McCoy) reproducímos a continuación ,su articulo de hoy ,en El Confidencial.

S. McCoy 13/09/2011


Caben dos opciones a la hora de resolver esta crisis. Seguir poniendo hormigón armado al onírico dique de la Europa Unida Jamás será Vencida o apostar, por el contrario, por la Refundación Europea, una decisión valiente que supondría Cerrar por Reforma el chiringuito y atajar de raíz sus problemas de estructura. Hasta ahora se ha elegido la primera vía en la creencia de que no hay nada que el crecimiento mundial, aderezado con las oportunas dosis de austeridad fiscal y expansión monetaria, no resuelva. Hacer depender la solución de los problemas de factores externos no directamente controlables suele ser el camino idóneo para el desastre, ¿verdad José Luís? Este caso no ha sido la excepción. En cuanto han aumentado las dudas sobre la evolución de la economía mundial, la riada del mercado ha presionado de tal modo la debilitada presa comunitaria, que amenaza ahora con ceder generando un desastre financiero sin precedentes en la Historia Contemporánea. Cojan los flotadores.

Llegados a este punto son cada vez más las voces que, consciente o inconscientemente, reclaman un cambio radical que facilite el proceso de integración alrededor de la moneda única. Los eurobonos y el control supranacional de los presupuestos individuales de los estados miembros son buenos ejemplos de tal demanda. Al final suponen romper la paradoja de que, habiendo sido cuatro los criterios de convergencia de Maastricht, solo inflación y tipos de interés están sujetos al control de un tercero con mando en plaza como es el Banco Central Europeo del “amigo” Trichet. Deuda y déficit han seguido en manos de las autoridades locales con el resultado ya conocido. En su descarga cabe decir que, aún siendo responsables inmediatos de lo que ha sucedido en sus respectivos países, una parte no desdeñable de sus políticas ha estado condicionada por la fijación de paridades cambiarias excesivas que convirtieron en norma la excepción del esfuerzo por llegar en tiempo y forma a los requisitos de adopción del euro.

Se establecieron equivalencias no ajustadas a la competitividad real de algunas naciones, Grecia o España entre otras. De ahí que, si se quiere arreglar el problema de una vez y para siempre, sea imprescindible abordar, junto con la armonización fiscal, la cuestión del lastre que supone este contraste entre divisa y actividad real. ¿De qué manera? Aceptando una devaluación temporal de sus paridades contra el euro con una vigencia temporal limitada, por ejemplo 10 años. Un periodo durante el cual el libre albedrío de los beneficiarios se vería sustituido por un plan comúnmente aceptado que tenga por objeto el acercamiento de las economías más débiles al estándar colectivo, léase Alemania y los estados del norte, tanto en términos de productividad que no producción como de competitividad que no exportación. ¿Una aberración? Bueno, es exactamente lo que se persigue en la actualidad, ¿no? ¿O es que lo que se quiere es que España sea Italia o Grecia, Portugal? Es hora de poner todas las cartas encima de la mesa. Nos jugamos demasiado.

Las deudas denominadas en euro débil no sufrirían alteración alguna si el acreedor participa de la misma moneda. Por el contrario, el resto de los reclamantes de fondos tendrían que aceptar de manera simultánea una espera de sus créditos hasta el final de la década, con posibles pagos parciales por el camino en caso de aceleración del proceso. Esto es, en definitiva, lo que persigue el acuerdo griego que abre una vía para su generalización en el futuro. ¿Por qué no, si puede ser la solución final a nuestras cuitas? Quedaría por resolver el problema de la circulación indistinta de ambas divisas. Algo que sería factible solventar bien de forma caótica por medio del uso de los identificativos nacionales del efectivo o a través de la sistemática introducción del pago electrónico en una revolución similar a la que supuso para algunas naciones la entrada en la moneda común. Una iniciativa que permitiría, además, aflorar buena parte de la actividad sumergida existente en el sistema. Miel sobre hojuelas.

Se trata ésta de una aproximación que busca abordar el problema de fondo que imposibilita una verdadera Unión, salvo que se quiera, claro está, la inmanencia de la distinción entre países ricos y pobres, la perpetuación de los problemas. En ese caso cualquier idea es fútil, cualquier intento vano. Esta propuesta, desde su limitación intelectual y complejidad operativa, permitiría a las autoridades comunitarias liderar el proceso, no ir a remolque de él; a los gobiernos negociar de manera ordenada su armonización fiscal y no con la soga en el cuello de la presión del mercado; a las naciones más débiles ganar tiempo para implantar las reformas estructurales que les son obligadas y para las que ahora se espera un rédito a demasiado corto plazo; a la banca respirar con un umbral de pérdida máxima recuperable si tiene éxito el proceso; a todos ganar cohesión y actividad, bien por la acción directa de la depreciación, bien por la recuperación de los socios comerciales intracomunitarios. Alemania ha demostrado que el liderazgo internacional va más allá del tipo de cambio. Paradójicamente, actuar sobre él parece el único camino hoy para alcanzar un atisbo común de esperanza. Recetas tradicionales deconstruidas...