Olivier Clerc nació en Ginebra en 1961. Es editor, escritor y filósofo, siendo su obra “La Rana que no sabía que estaba hervida”, la que más repercusión internacional ha tenido hasta ahora.
En su planteamiento incluye todas las disciplinas que de una u otra forma contribuyen y afectan al equilibrio personal. Emplea para ello un lenguaje sencillo, propio del cuento, y una línea cercana a la fábula.
De esta obra, extraemos justamente el cuento que da título a su más famosa obra. En ella, plantea un problema que puede ser extrapolable a una persona o a todo un país: en qué medida los cambios han de ser lo suficientemente rápidos como para que podamos percatarnos de ellos; o dicho de otra manera, hasta qué punto los cambios que suceden de forma lenta y paulatina pasan inadvertidos para quien los ha de vivir… y sufrir.
El primer paso para reaccionar ante las circunstancias cambiantes consiste en asumir el estado actual de las cosas. Si apenas se nos da tiempo para pensar, bombardeados de información y cargados de hábitos y rutina, el mantenerse en un estado de “darse cuenta” de lo que sucede dentro y fuera de nosotros se convierte en una necesidad y en todo un logro.
La rana que no sabía que estaba hervida
“Imaginen una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando la cazuela a fuego lento. Al cabo de un rato el agua está tibia. A la rana, esto le parece bastante agradable, y sigue nadando.
La rana que no sabía que estaba hervida
“Imaginen una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando la cazuela a fuego lento. Al cabo de un rato el agua está tibia. A la rana, esto le parece bastante agradable, y sigue nadando.
La temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que suele gustarle a la rana. Pero ella no se inquieta, y además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia.
Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar, a tratar de adaptarse y no hace nada más.
Así, la temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, nunca de una manera acelerada, hasta el momento en que la rana acabe hervida y muera sin haber realizado el menor esfuerzo por salir de la cazuela.
Si la hubiéramos sumergido de golpe en una cazuela con el agua a 50 grados, de una sola zancada ella se habría puesto a salvo, saltando fuera del recipiente.”