Arabia Saudí no es inmune al contagio egipcio. Mientras la Casa de Saud en sí no está bajo amenaza inmediata, el malestar va en aumento en dos estados de la frontera: Bahrein, que podría verse sometido a la influencia de Irán, y Yemen, infestado por Al Qaeda. Un cambio de régimen en cualquiera de los dos ampliaría la prima de riesgo saudí, que podría elevar los precios del petróleo.
Los inversores parecen estar apostando por poco o ningún cambio en Arabia Saudí. Después de todo, el reino conservador es seis veces más rico que Egipto en PIB per cápita. Su mercado de valores -más o menos igual a la capitalización bursátil de Egipto, Catar y los Emiratos Árabes Unidos juntos- solo ha bajado el 1% desde que empezó la revuelta egipcia. Y el precio del petróleo retrocedió tras la renuncia de Mubarak.
Pero las fichas de dominó se tambalean en la inmediata vecindad. Bahrein ya ha experimentado el descontento durante años según disminuían el petróleo y las reservas financieras. Unido a Arabia a través de una carretera sobre el mar, Bahrein está cerca de gran parte de la infraestructura petrolera clave del reino. Es también el paraíso de los ejecutivos saudíes.
El gobernante de Bahrein es suní, como la familia real saudí. Pero la mayoría de la población es chií, como Irán. Esto plantea el riesgo de que, en un cambio de régimen, Teherán pudiera causar daño. Arabia afrontaría decisiones desagradables: arriesgarse a la infección o cerrar el puente.
Arabia ya ha tratado de aislarse de la inestabilidad en su otro flanco, Yemen, con una barrera gigante que mantiene apartada a Al Qaeda. El régimen actual declara tomar medidas contra los terroristas y ser un aliado de EE UU. Pero si cae, el reemplazo puede ser menos amigable con EE UU y más permisivo con Al Qaeda.