Hay gente que lleva una vida previsible: metro, boulot, dodó,
que dicen los franceses (trabajar y dormir). Y otra que no sigue
absolutamente ninguna regla y se lía la manta a la cabeza cuando menos
se lo espera uno. A esta segunda hornada pertenece Félix Pérez Ruiz de Valbuena,
un soriano que casi roza los 60 y que un buen día abandonó su carrera
empresarial en España para irse nada más y nada menos que a Burkina
Faso, donde, por no haber, no hay ni resorts turísticos. Y allí, cual
don Quijote luchando contra los molinos, dedica sus días desde hace años
a la única biblioteca española que hay por aquellos lares, en ese país
antes denominado Alto Volta y que figura como uno de los más pobres del
mundo.
Pero vayamos a los inicios de esta historia: Félix lleva
toda su vida dedicándose a la enseñanza, no en vano es uno de los
fundadores, junto con sus hermanos, de las academias Adams, pyme que,
por otra parte, destina parte de sus beneficios a construir escuelas y
pozos en distintos países de África, entre los cuales está Burkina Faso.
Fue
así como Félix empezó a viajar a este destino, hasta que un buen día
dejó su carrera empresarial, vendió sus acciones y destinó ese dinero a
instalarse en el país africano y a construir el que, sin duda, es uno de
los centros de enseñanza y tecnología más modernos de África
Occidental: la biblioteca Olvido Ruiz de Valbuena.
La
biblioteca, que lleva el nombre de su madre, tiene cibercafé, sala de
conferencias, de informática, cine 3D, etc. Abre de 9 de la mañana a 21
horas, emplea a 18 personas y cuenta con un fondo editorial de 5.000
libros. Aunque lo que más impresiona de ella es su nivel tecnológico:
hay 70 equipos de última generación destinados a las clases y 18 en el
cibercafé… Todo un desafío en un país donde las carreteras asfaltadas
brillan por su ausencia y donde la mayor parte de la población vive en
las áreas rurales.
“Primero pensé en abrirla en la capital, en
Ouagadougou, pero allí las parcelas eran más caras, así que acabé aquí,
en Ouahigouya. También compré un terreno de 40 hectáreas para montar
campamentos para niños, pero nos quedamos sin fondos”, comenta Félix.
La
biblioteca ofrece cursos de informática (60 horas por 15.000 CFA, unos
23 euros), de idiomas, los sábados y domingos hay cine, los jueves
cuentacuentos… La hora en el ciber cuesta 500 CFA, ni un euro. Félix y
Asséto, la directora general del centro, se dedican a dar a conocer la
biblioteca por los institutos y los jueves, por ejemplo, recogen a niños
de las escuelas en los pueblos de los alrededores para que descubran lo
que es una biblioteca… ¡y un ordenador!
La biblioteca ha sido financiada únicamente con los fondos de Félix. Un millón de euros. Esta
es la espectacular cifra que ha costado poner en pie semejante
proyecto. Dinero y paciencia, porque aquí las cosas son como en palacio…
van despacio. “Lo más frustrante es que todo es muy lento, son muy
informales”, se queja Félix, quien a veces tiene ganas de tirar la
toalla. No es difícil comprenderle y para ello, basta una anécdota: hace
tres años se celebró un maratón en la carretera que une la capital con
Ouahigouya. Los organizadores marcaron el recorrido con neumáticos: a
día de hoy, los neumáticos aún siguen en la carretera.
Sí, el
ritmo de África nada tiene que ver con el europeo. Ni sus gentes. Ni sus
condiciones de vida. Pero lo que pasa en África tampoco sucede en otros
países, para lo bueno y para lo malo. Sólo eso explica que a Félix se
le reciba como a un rey cuando visita alguno de los pueblos donde ha
construido pozos y escuelas, como en Ouagandé, donde los niños, unos 200
tirando por lo bajo, le esperan el tiempo que haga falta, bajo un sol
de justicia a pesar de estar en noviembre, para darle la bienvenida
cantando “Olvido, tonton Félix…”. Ojalá esta canción improvisada siga sonando muchos años y este centro de conocimiento siga acogiendo a mentes inquietas.