lunes, 23 de julio de 2012

Jordi Barbeta:Batalla política al borde del abismo





"El futuro de España es cosa de todos y cada español debe tomarlo como cosa suya. (...) Un diálogo basado en la transparencia, que estimule la unidad, fortalezca los objetivos compartidos y facilite el apoyo y la participación de todos los ciudadanos y de sus organizaciones, esta quiero que sea, y necesito que sea, la principal característica del estilo del nuevo Gobierno". Este párrafo pertenece al discurso de investidura Mariano Rajoycomo presidente del Gobierno. Lo pronunció hace siete meses y los acontecimientos han evolucionado exactamente al revés: la batalla política se recrudece en el peor de los escenarios, con España al borde del abismo.


La invitación de Rajoy el día de su investidura y respondía a su firme propósito de evitar a toda costa que se repitiera el escenario político de todos contra el PP que en el 2004 propició el apoyo del gobierno de José María Aznar a la invasión de Iraq y que acabó costándole al propio Rajoy su primera derrota electoral. Sin embargo, ese escenario se está reproduciendo en circunstancias mucho más difíciles. El presidente del Gobierno español afronta el momento político más grave por el que atraviesa España desde el restablecimiento de la democracia y lo tendrá que recorrer en solitario.


Se da la circunstancia de que los líderes políticos que podrían garantizar un escenario de estabilidad política sufren también en su propia carne una comparable situación de soledad política frente a sus correligionarios que les están exigiendo presentar batalla contra el Gobierno del PP. Es el caso del líder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, y de Artur Mas, presidente de la Generalitat y líder de Convergència i Unió.


Después de proponer un pacto de Estado en el reciente debate parlamentario sobre el plan de ajuste, Rubalcaba fue objeto de críticas y reproches en los órganos de dirección de su partido y de su grupo parlamentario. El PSOE le exige a su secretario general, un hombre poco imaginable como pancartista, que se ponga al frente de la manifestación y que capitalice el descontento ciudadano.


A ello contribuye también el papel de los sindicatos, que se están poniendo en pie de guerra por dos motivos. Primero, porque su gran desafío es liderar las protestas contra los recortesantes de que lo hagan otros. Y, en segundo lugar, por una cuestión de supervivencia. Cadaplan de ajuste del Gobierno es un nuevo mazazo para los sindicatos: recortes de subvenciones, supresión de liberados sindicales etcétera. 


En Catalunya, el asunto es más peliagudo. Artur Mas ha venido manteniendo una relación fluida con el presidente del Gobierno, con el que ha mantenido reuniones más o menos discretas y con quien había establecido una relación presidida por la cooperación entre gobiernos. Pero eso se acabó. La decisión del Ejecutivo estatal de imponer a las comunidades casi el doble de recortes que a la propia Administración general del Estado ha sido recibida en Catalunya como un acto de deslealtad institucional y ha provocado una ruptura sin precedentes de Convergència i Unió con el Gobierno de Rajoy. CiU, que sobre todo en épocas de crisis o de emergencia había apoyado siempre las políticas económicas de los gobiernos españoles, independientemente de su orientación ideológica, no sólo se ha desmarcado del Gobierno del PP, sino que sus líderes han planteado una ofensiva política y jurídica en toda regla, precisamente en vísperas de que el Parlament de Catalunya celebre -el próximo miércoles- el esperado pleno en que la Cámara Catalana fijará el rumbo de la transición nacional anunciado por el president Mas en su investidura. La posición de los líderes, cuadros intermedios y dirigentes territoriales municipales de CiU es cada vez más beligerante respecto al PP y respecto a la relación de Catalunya con España y han situado a Artur Mas en un punto de no retorno.


La rebelión que le piden los socialistas a Rubalcaba es de cantimplora y kumbayá comparada con la que le exigen los nacionalistas a Artur Mas. En las protestas contra los recortes ya es una constante plástica la bandera independentista. Sin pacto fiscal no hay paraíso.


Así que la crisis financiera, lejos de propiciar un cierre de filas va deteriorando progresivamente la situación política, debilitado la posición del Gobierno y dispara las conjeturas sobre el modo más eficaz de superar la situación. La teoría exenta de argumentos según la cual un gobierno de tecnócratas podría reconducir la situación es el comentario de moda en los cenáculos madrileños y de algunos lobbies conspirativos interesados en poner en circulación nombres de aspirantes a alcanzar el poder sin pasar por las urnas, bien para promocionarlos, o quizá para poner en evidencia la relación inversamente proporcional entre su ambición y su talento.


No faltan los partidarios de que el jefe del Estado siente a los líderes políticos en una mesa para forzar el pacto de Estado. Sin embargo, tampoco en este ámbito existe unanimidad sobre la oportunidad de la iniciativa y sobre las posibilidades de éxito habida cuenta la efervescencia de la batalla partidista y la enorme dificultad de establecer un acuerdo político y social en torno a las duras condiciones de austeridad que impone Bruselas.


El caso es que en España se está produciendo un cataclismo. El día en que Mariano Rajoy tomó el relevo de José Luis Rodríguez Zapatero la prima de riesgo estaba en 342 puntos y se esperaba que con la llegada de la derecha al poder los mercados se tranquilizarían, pero ha pasado todo lo contrario. En siete meses, la prima de riesgo ha superado la barrera de los 600 puntos, el precio de la deuda se ha disparado, la bolsa se desploma una semana sí y la otra también, y hay 200.000 desempleados más. Varias comunidades autónomas están pendientes de ser intervenidas y al Tesoro le quedan tres meses de liquidez. Según todas las previsiones, la recesión se alarga y lo peor aún está por venir, por eso la gran incógnita es si el abismo tiene alternativa política